Felipe Ángeles, militar y militante revolucionario


Este 26 de noviembre se cumplen 101 años del fusilamiento del general revolucionario Felipe Ángeles. Le han llamado “científico”, “estratega”, “cerebro militar del villismo”; lo cierto es que el artillero nacido en Zacualtipán, Hidalgo el 13 de junio de 1868 fue uno de los verdaderos héroes populares de la revolución mexicana, cuya vida y obra la historiografía mexicana ha ido develando y redimiendo cada vez con mayor detalle y precisión.


Ángeles fue militar y militante de la tercera gran transformación de México. Desde su paso por el maderismo hasta su última hora -cuando a los 51 años se dirigió firme y decidido al paredón de muerte-, nunca abdicó de sus principios. En noviembre de 1919 dijo a un periodista que lo entrevistó y guardó sus palabras: “mi muerte hará más bien a la causa democrática que todas las gestiones de mi vida. La sangre de los mártires fecundiza las buenas causas”.

Sobre su extraordinaria fe y carácter militante con las causas justas que defendió con la vida, el historiador Adolfo Gilly en su texto “Felipe Ángeles camina hacia su muerte” (1990), escribió: “En el Colegio Militar formó su disciplina. A ella le debe su carácter, con esa peculiar adhesión de pertenencia y lealtad totales que los militares tienen hacia su ejército, los jesuitas hacia su orden y los bolcheviques hacia su partido, miembros todos de comunidades combatientes de estricta obediencia, a las cuales se deben y fuera de las cuales no conciben su existencia como individuos. Aun separados, aun exiliados, aun presos, náufragos o solitarios, ese sentido de pertenencia a una idea encamada en una milicia no los abandona jamás”.

La historia personal de Felipe Ángeles puede dividirse en cinco grandes etapas: la formación militar como cadete (paradójicamente bajo la “escuela” de Porfirio Díaz); la participación en el maderismo, la incorporación al villismo como General de la División del Norte, los exilios y posteriores retornos a la lucha armada; y la muerte y concreción de su ideario, que lo definieron como hombre de palabra y acción.

Por su valía en el interior del ejército, Ángeles salvó la vida después de los sucesos de la Decena Trágica de 1913 donde Francisco I. Madero fue asesinado. Refirió Adolfo Gilly:


Fuente: Relatos e Historias en México

“La traición de la Ciudadela provoca, aunque esto no sea visible, una escisión en ese ejército. Victoriano Huerta continúa y lleva al triunfo desde adentro del gobierno maderista el pronunciamiento iniciado desde afuera por su antiguo jefe protector, el general Bernardo Reyes. Pero la otra cabeza prestigiosa del ejército, Felipe Ángeles, se mantiene leal al presidente, aunque no tenga mando independiente de tropas y deba subordinarse a su jefe inmediato superior, Victoriano Huerta. Por eso termina encarcelado junto con Madero y Pino Suárez y después enviado al exilio. Matarlo no parecía indispensable: no tenía cargo electivo ni aparecía como depositario de ninguna legitimidad política. Habría sido, en cambio, una ofensa que el Ejército Federal todavía no estaba dispuesto a tolerar a Huerta”.

Fuente: México Desconocido

El destierro, que lejos de minarlo enalteció al General Ángeles entre los elementos del ejército, implicó que su regreso fuera para protagonizar una añorada respuesta a la traición que se anidó en el ejército que lo formó, y el hidalguense optó por brindar sus conocimientos y sacrificio al ejército revolucionario, que a la luz de la historia habría de refundar el devenir del ejército mexicano, después de un interregno de sacudidas, batallas y guerra.

Francisco Villa dio muestras de su talento, no solo militar, sino organizativo y sobre todo de sus cualidades como eficaz dirigente, al comprender las capacidades efectivas del General Ángeles, y subordinar bajo su mando las tareas tácticas del campo de batalla, concitando con esta decisión una de las mancuernas más brillantes que dieron auge a la División del Norte:

“Incorporado Felipe Ángeles a principios de 1914 a la División del Norte por pedido de Villa y por deseo propio, se produce una de las más extraordinarias conjunciones militares y políticas de la revolución: la capacidad de organización, de convocatoria campesina y popular y de iniciativa militar de Francisco Villa y el oficio depurado de quien se revelaría como uno de los grandes jefes militares de la historia mexicana, el general Ángeles. No son estas las páginas para recordar cómo se combinaron ambos caracteres. Pero sí para insistir en algo que se ha querido utilizar para disminuir a Pancho Villa cuando por el contrario lo enaltece: la capacidad profesional de Ángeles, aceptada por el jefe militar campesino que supo dar su lugar, sin perder el propio, al oficial de carrera, fue importante en Torreón y decisiva en Zacatecas, las dos grandes batallas que decidieron el destino militar de la revolución. Ángeles era uno de los pocos intelectuales a quienes Villa respetaba, porque era también hombre de acción y conductor de guerra”. (Gilly, 1990).


Fuente: Relatos e Historias en México

Felipe Ángeles conllevó con Villa el momento cumbre de la revolución social, y representó a la División del Norte en la Convención Revolucionaria de Aguascalientes, donde firmó la bandera nacional a nombre del villismo el 10 de octubre de 1914. No obstante, después vinieron las derrotas del Bajío, y ante el triunfo de Venustiano Carranza, el artillero se refugió en Estados Unidos.

Luego del último exilio, Felipe Ángeles regresó a México para buscar unirse con Villa con la intención de imprimir disciplina y un nuevo impulso a la lucha contra Carranza. “El 11 de diciembre de 1918 atraviesa la frontera y se interna en territorio mexicano hacia el encuentro con Villa, que según lo convenido será en Tosesihua”. (Gilly, 1990)

Previamente el 11 de agosto de 1918, desde Tlaltizapán, Morelos, el General Emiliano Zapata le escribió una carta a Felipe Ángeles, a San Antonio Texas, Estados Unidos, donde le expresó:

“Estimado general:

“Por varios conductos he tenido ocasión de ser informado de la correcta actitud que usted ha sabido conservar en ese país, sin manchar en lo más mínimo sus antecedentes de hombre honrado, militar y pundonoroso, que hace honor a su carrera.

“De hombres así necesita la revolución, y sabiendo que usted arde en deseos de volver a la lucha, ya me dirijo al señor Don Francisco Vázquez Gómez, nombrado agente confidencial de la revolución en Estados Unidos, para que acuerde con usted la mejor manera de emprender un amplio movimiento militar en la región norte de la república, en donde es tan urgente dar mayor impulso a las hostilidades contra el carrancismo”.

Zapata también reconoció en Ángeles su carácter de factor de unidad de la revolución social y le pormenorizó en la misiva de algunos levantamientos contra Carranza, para con ello persuadirlo de compartir su capacidad organizativa para reorganizar la lucha nacional.

No obstante, su último regreso a México buscando a Villa marcó su suerte; Felipe Ángeles se convirtió en un blanco estratégico para Venustiano Carranza, con ello su camino quedó zanjado, como dice Gilly: “Carranza, a su vez, tiene que fusilarlo así sea lo último que haga como presidente, para destruir un posible polo de reagrupamiento político opositor en la crisis que vive su gobierno, para hacer un escarmiento para cuantos ya se le están rebelando, para salvar el principio de autoridad, para vengar la afrenta de Zacatecas y, además, para completar su guerra de exterminio contra sus enemigos, entre ellos el Ejército Federal. No sabe ni puede sospechar que con sus ejecuciones de 1919 -Emiliano Zapata y Felipe Ángeles- le está abriendo paso y ahorrando trabajo a su futuro vencedor, Álvaro Obregón. Curioso destino, el presidente del Consejo de Guerra que condenó a Ángeles, el general Gabriel Gavira, pocos meses después se sumó al pronunciamiento de Agua Prieta cuyo desenlace fue el asesinato de Carranza”.

Tras el juicio sumario de 16 horas llevado a cabo el 25 de noviembre, aniversario de su boda con Clara Kraus; con quien se casó el 25 de noviembre de 1896, y justo pensando en su mujer e hijos, el General Ángeles los recordó en su última carta, escrita horas antes de recibir las ráfagas de la sentencia final:


“Adorada Clarita: Estoy acostado descansando dulcemente. Oigo murmurar la voz piadosa de algunos amigos que me acompañan en mis últimas horas. Mi espíritu se encuentra en sí mismo y pienso con afecto intensísimo en ti. Tengo la más firme esperanza de que mis hijos serán amantísimos para ti y para su patria. Diles que los últimos instantes de mi vida los dedicaré al recuerdo de ustedes y les enviaré un ardientísimo beso. Desde que me separé de ti, en diciembre del año pasado, he pensado en ustedes, siempre que mi espíritu se ha reconcentrado en sí mismo. He tenido hasta ahora ternura y amor infinitos por la humanidad y para todos los seres del universo; desde este instante mi ternura, mi amor y mi recuerdo serán para ti y para nuestros cuatro hijos”.

En el siglo XXI Felipe Ángeles ha reaparecido en libros, novelas, relatos, nombres de calles, bulevares, monumentos y un nuevo aeropuerto, pero no hay mejores palabras que la descripción de Adolfo Gilly para volverlo a visitar:

“Cuando aquellos militares toman tal camino en una revolución actúan en lo sucesivo como han sido educados y han querido ser: como guerreros, no como hombres políticos, que es otro oficio. No digo aquí que uno sea superior al otro. Me refiero a una diferente configuración de los sentimientos, los modos, la ética y la imaginación del propio destino”.

René González

Fuente: Ediciones Era