2022 y la consolidación de la izquierda latinoamericana



Estamos iniciando un nuevo año, un año de retos para las plataformas políticas del progresismo latinoamericano y para la derecha extrema. En 2020, la victoria de Lucho Arce sobre el gobierno de facto ya había posicionado los reflectores mundiales nuevamente sobre América Latina como aliado geopolíticamente estratégico para quienes se debaten la hegemonía mundial, E.E.U.U. y China.


A su vez el año de 2021 fue sin duda un año ejemplar para la izquierda, pues se logró el triunfo al llamar a una nueva constituyente en Chile que eliminaría la constitución de la dictadura de Pinochet. Asimismo, el triunfo presidencial de Gabriel Boric da por sentado la intentona del pueblo chileno de sepultar definitivamente la política del neoliberalismo en un país que era ejemplo regional del porque el neoliberalismo “si funcionaba”.

Aunado a ello, la victoria cerrada de Pedro Castillo, presidente indígena de izquierda moderada, logró tras mas de 30 años sacar del poder a la alianza derechista que se turnaba entre fujimoristas y extremos derechistas.

Lamentablemente, y con su respectivo contrapeso, la derecha bancaria logró retener un país importante en sus manos como lo es Ecuador, país ejemplo de como construir buen vivir desde la izquierda cuando Correa gobernó en la década pasada.

Sin embargo, a pesar de que 2020 y 2021 han sido años de logros para la izquierda latinoamericana, será en este año cuando se defina realmente el rumbo político, económico y geoestratégico que tendrá la región en un futuro, pues están en juego las presidencias de dos de las economías mas importantes de la región: Brasil y Colombia.


En el caso brasileño, las encuestas dan como puntero a Lula Da Silva con una ventaja apabullante tras el rotundo fracaso de Bolsonaro en el manejo de la pandemia bajo la óptica del Darwinismo Social, así como sus continuas violaciones a los derechos humanos sobre todo de las poblaciones negras, amazónicas y pobres. Lo mejor que podría pasarle a la región latinoamericana es que la primera economía de la región volviera al lado del izquierdismo donde la política económica conducida por el Estado demostró poder disminuir la pobreza en tasas de más de 30%.

Los retos principales que enfrentará Lula Da Silva, serán seguramente una vez iniciadas las elecciones los señalamientos sobre su presunta culpabilidad en el caso de corrupción por el cual estuvo preso; y aunque se le han quitado los cargos judiciales, como se dice en política “la mentira cuando no mancha, tisna”.

Para el caso colombiano, el escenario se ve un poco mas complejo, la lectura las encuestas serias señalan una posible segunda vuelta que sería definida sobre todo por aquellos candidatos que sepan conciliar con las clases medias que han sido agravadas por la inseguridad y el aumento de la pobreza en el país tras años de oscurantismo neoliberal. Sin embargo, aunque la segunda vuelta es casi un hecho, las encuestadoras del oficialismo señalan una posible victoria, hasta el día de hoy, de Petro con un margen del 68.3, según datos de Invamer.

Una de las principales ventajas de Petro en Colombia, es que la izquierda ha decidido marchar unidad en torno su figura, sobre todo por el sobresaliente papel realizado en 2018 cuando fue candidato presidencial, mientras que la derecha aún no logra definir una candidatura pues sus posibles propuestas se encuentran en disputas cerradas.


El peor caso que le puede pasar a la región latinoamericana es perder cualquiera de ambos países, pues estos son geográficamente estratégicos para conciliar y terminar el conflicto que tuvo la región encabezada por la derecha con la Venezuela de Chávez y Maduro. Perder en 2022 no es una opción si lo que se busca es instaurar el socialismo democrático del siglo XXI, pues dejar en manos de la derecha cualquiera de estos países implica tener a E.E.U.U presionando desde dentro de la región las sanciones contra quienes han optado por el camino de los gobiernos populares.


La consolidación de la izquierda latinoamericana también atraviesa por comprender que los gobiernos populares de izquierda ya electos no deben ser omisos ante las intromisiones que quieran hacer desde Paraguay o Uruguay sobre las elecciones presidenciales; es momento de que se ponga un alto a la OEA o que se quite la rienda de los norteamericanos. En este último punto, México ha jugado un papel fundamental al señalar las intromisiones de Almagro en procesos pasados, pero no basta con ello.


Si la obligación de cualquier revolucionario es ganar, evidentemente no a costa de renunciar al programa, es momento de que los gobiernos progresistas ya electos, incluyendo al de México, entren en una sincronía que, sin injerir directamente en las elecciones de Brasil y Colombia, permita orientar los procesos a elecciones limpias pero sobre todo a que las poblaciones de estos voten a la izquierda, y para ello no hay mejor manera que entregar buenos resultados de gestiones que resalten a nivel global, pues hoy por hoy, la batalla de izquierda y la derecha ha escalado a niveles internacionales y la opinión pública de cada país se ve influida ante los símiles de otros países.


César Balcazar