El juicio a los expresidentes o el cambio de época





Aunque aún es probable que López Obrador proponga la Consulta Popular para enjuiciar a los expresidentes, el clamor popular y la marejada de brigadistas que han salido a las calles a recabar firmas no sólo es emotiva, sino que es la piedra angular del cambio de época que estamos viviendo en la actualidad.


Han sido pocas y vagamente claras en sus objetivos políticos o sociales los intentos de consultas populares que desde marzo de 2014 -fecha en que fue aprobada la Ley Federal de Consulta Popular en el Congreso de la Unión- se han impulsado por sectores poco representativos de la sociedad. En términos democráticos, las consultas habían tenido nula influencia en la correlación de fuerzas políticas del escenario mexicano. Pero en un alto contraste, la Consulta Popular para enjuiciar a los expresidentes tiene objetivos políticos claros y es impulsada por sectores amplios de la sociedad, abriendo así la inminente posibilidad de que un actor inmensamente poderoso entre a la arena política mexicana: el pueblo.

Hablar de el pueblo siempre resulta vago cuando no se especifica a qué pueblo nos estamos refiriendo. El concepto es impreciso cuando desde los patíbulos del poder o la academia se evoca a un pueblo amorfo, sin rostro, que es sujeto de textos académicos, panfletos y discursos ajenos a la realidad tangible de una sociedad lacerada por los estragos de la guerra contra el narcotráfico, por la corrupción y por el abuso constante del poder. Pero en el caso que aquí estamos tratando, el pueblo se refiere al conjunto de organizaciones, movimientos, partidos y activistas que sin otro motivo más que el de conseguir justicia por los daños causados a la sociedad en los sexenios neoliberales, se han organizado para enjuiciar a los expresidentes, comenzando a tomar forma y rostro, y a ocupar un lugar en la escenario político nacional mediante una demanda con gran recibimiento popular y gran trascendencia política para la vida democrática de México.


Como referimos, este hecho, el de dar forma, rostro y voz al pueblo, prepara al pueblo para su entrada en escena en la arena política con mucha fuerza y de una forma legítima, no artificial como ha sido costumbre en un sistema político tímidamente democrático donde el uso de este concepto -pueblo- es socorrido por los demagogos y falsos profetas. Y aunque la conformación de el pueblo como actor político preponderante en la vida pública del país es una tarea que aún dista de ser completada y representa todo un reto para el cúmulo de organizaciones, movimiento y activistas acostumbrados a trabajar en sectores segregados y asilados entre sí, su entrada en escena como un actor de un solo rostro reconfigurará la correlación de fuerzas y la dinámica del quehacer político en todos los niveles de gobierno.



Bien valdría la pena aconsejar a los aspirantes y representantes de los tres poderes que se preparen porque una vez completada la tare; es decir, una vez conformado el pueblo como un actor político que incida en la vida del país más allá de las jornadas electorales trianuales, será muy difícil escapar al juicio severo del pueblo.

Lo que quiero decir es que la Consulta Popular marca un cambio de época -en los términos del Hobsbawn- en la política nacional dando acceso a la toma de decisiones al pueblo y marcando el inicio de una era donde las decisiones importantes ya no serán sólo exclusivas de los quinientos diputados, ciento veintiocho senadores o del presidente y los respectivos titulares de los poderes ejecutivos locales y municipales. Desde una perspectiva histórica, esta inminente posibilidad política es trascendental para el desarrollo de la democracia mexicana porque dando acceso a la arena política al pueblo, la costumbre de utilizar el poder para el beneficio de unos pocos se verá seriamente afectada.


Aún más, la sola intención de empujar la Consulta es parte del conjunto de acciones que están dando forma a la revolución política que nuestro país está comenzando a vivir. Podría parecer exagerada esta afirmación, pero dada la trascendencia que tiene la acusación y posible juicio a los expresidentes de un país que en el pasado cercano fue conocido por su sistema político presidencial y por su estructura de poder altamente vertical y cerrada, este hecho configura un duro golpe al régimen neoliberal y sienta las bases para una nueva forma de conformar y ejercer la política en nuestra patria.


Hablar de un cambio de época en los términos conceptuales que el historiador británico Eric Hobsbawn utiliza en su obra, merece un análisis más riguroso y amplio, pero poner el tema sobre la mesa tiene como intención precisamente orientar la discusión y producción intelectual de la 4T hacia un horizonte teórico, de modo que pueda arrojarse luz científica al proceso político revolucionario que nuestro país está viviendo.


Diego C. Valdez

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